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domingo, 20 de enero de 2013

LAS VOCES DE LOS "AUSENTES" ( V)

Estaba solo...

Solo como cuando estaba en algunos de los campos de batalla por los que pasó.

Solo entre la multitud, como decía a veces.

Su padre, el viejo Goyo, sabía que había estado con los del monte; pero Goyo era su padre, así que por ahí no había nada que temer, pero debería de andar con cuidado.

Si le agarraban los de la fuerza, lo pasaría mal...muy mal.
A su mente acudieron imágenes acerca de los relatos que algunos le habían hecho, unidas a sus propias vivencias.

Recordaba cuando volvió a su pueblo en mitad de la batalla del Ebro.
Por aquel entonces fueron muchos los que huyeron hacia Francia, pero él...él era obstinado; muy obstinado; y empeñado en que no había hecho nada malo, volvió a su pueblo.

Recordaba a aquel sargento de la fuerza, que orgulloso lucía sobre su pecho el yugo y las flechas y que tenía fama de sanguinario.Pronto lo pudo comprobar por si mismo, cuando le detuvo.

A las pocas horas; casi sin haberle tomado declaración siquiera,ya era un amasijo de carne ensangrentada por los golpes y con varios huesos rotos.

A aquel sádico, le divertía sobremanera irles ensartando a sus detenidos, astillas bajo las uñas, mientras les cantaba aquello de "canta grillito, canta, cri-cri.cri...".

Pudo probar aquel aparato que consistía en un fusil amarrado colgando del techo, al que a su vez, suspendido por brazos y piernas, colgaban a algún desdichado, y lo mantenían así durante días...

También probó las descargas de electricidad, que le aplicaron en cabeza, piernas y testículos.

Luego, mientras el sádico sonreía con su cigarrillo colgando de la boca por debajo de su bigote,le tiraron varios cubos de agua helada por encima, para "ponerle decente", antes de acudir a aquel paripé que fue su juicio. Un juicio que apenas duró cinco minutos escasos, y en el que gracias al cabo Pepe, de la guardia civil, amigo suyo desde la infancia, y a su testimonio de que era buena gente, se libró del fusilamiento.
A cambio...diez largos años en aquella cárcel inmunda que era Ezkaba.

Días enteros sentado el la oscuridad mas absoluta; pues aquel viejo fortín estaba semienterrado por un lado, justo el lado en el que estaban las celdas, y a causa de ello, estaban siempre a oscuras, sentados en el frío y húmedo suelo de aquellas celdas, por las paredes de las cuales en el invierno, el agua manaba abundantemente.

A veces les dejaban salir al patio. Un patio estrecho y largo, con el suelo empedrado y rodeado por los edificios de los pabellones, cerrado el otro de sus lados por el edificio del cuerpo de guardia.
A menudo algún auto llegaba hasta la entrada del  fortín y varios tipos vestidos con camisa azul bordada de rojo se apeaban y dirigiéndose al cuerpo de guardia, lanzaban miradas asesinas a los que estaban en el patio.

Esas noches, justo a las doce en punto, aquel guardia al que llamaban "el castizo", por su costumbre de arrastrar las palabras, leía en voz alta un nombre...o varios...

-Feeernándeeez Miguéééélez Franciiiiscooooo...

-¡Voy!, respondía el nombrado o los nombrados.

De allí lo trasladaban a una sala en el edificio de la entrada y el alcaide le decía...

-Bien...Le vamos a poner en libertad,porque estos señores dicen que le conocen y que responden de usted, así que ellos se harán cargo de trasladarle al cuartelillo a cumplimentar las diligencias y le pondrán en libertad...

...Libertad...Libertad...

Aquellas palabras sonaban a gloria bendita en los oídos del desgraciado, que se ponía muy contento, dándoles las gracias a "aquellos señores", que le miraban ceñudos, sin percatarse de que lo que había en sus ojos era...odio...Un odio brutal e inhumano.
Le dejaban ir a su celda a por sus pertenencias acompañado por "el castizo", que le repetía....

-Pero hombre...Si a donde vas ahora no necesitarás esos andrajos...

Él desgraciado recogía todo, pues no estaban los tiempos para dejarse nada, menos algún par de botas viejas, que le regalaba a sus compañeros.
Salía contento y alegre, despidiéndose de todos...

-¡ Adiós compañeros; me voy...Salud camaradas...Hasta la vista...!

La mayoría sabían que nunca llegaría a su casa...
"El castizo", gritaba al llegar a la puerta de salida.

-Unoooo que se vaaaaaaa...

Los guardias abrían la verja y él pobre salía acompañado de los tipos de las camisas azules. Se subían a un auto y tomaban carretera abajo.
Al cabo de recorrer unos kilómetros, paraban el auto.

-Oye tu, le decían. No querrás que la gente te vea llegar al pueblo en el auto de la fuerza, ¿no?. Imagínate que vergüenza si alguien te reconoce.
-Claro, claro, respondería el infeliz. Claro, gracias.

Ellos paraban el motor y le dejaban bajar.

-Hala ¡Vete!. Nosotros te recogeremos en la salida del pueblo cuando termines. ¿No te irás a escapar ahora, verdad?.
-No, claro que no. Diría el desgraciado.
-Pues hale, Ea, vete ya.

El pobre tipo, se iría caminando carretera adelante, pensando en lo afortunado que había sido al dejarle en libertad.
No se habría alejado una decena de metros, cuando varios disparos sonarían a su espalda.

Le habrían aplicado lo que sarcásticamente llamaban "ley de fugas"...o Artículo 41...

Su cuerpo sería enterrado a un lado de la carretera, como tantas decenas y hasta cientos de ellos yacían allí enterrados ocultos, componiendo una de las acciones mas abominables de aquella gente.

Al día siguiente, se correría la voz por el penal, de boca del "castizo".

-Al Migueeeeeléééézzz le han tenido que aplicar la "ley de fugas"... ¡Pues no se le ocurre al desgraciado intentar escapar cuando lo llevaban al cuartelillo a hacer diligencias para soltarlo....!...¡ Hay que ser imbécil...!

Afortunadamente, a él nunca habían venido a buscarlo para "soltarlo".
Pero recordaba la despedida de tantos que creían ir hacia la libertad, cuando en realidad iban hacia la muerte...

Libertad...Libertad...

Que bellas palabras. Cuantas connotaciones guardaban dentro...Cuantas ansias reprimidas.

Años antes , aquella maldita cárcel fue cerrada por culpa de una fuga.
Una fuga en la que 795 presos se fugaron por la puerta principal, después de haber reducido a los guardias y matado a uno de ellos...con un martillo.

No quería volver  a esos tiempos. Tiempos de miedo y represión. De hambre, palizas y enfermedad. Tiempos de encierro y de incertidumbre.
Mas lo que aquellos hombre le habían propuesto y él había aceptado, le podían muy bien volver a llevar a algún sitio parecido.

Pero él era obstinado; obstinado y cabezota como pocos; así que decidió seguir adelante con la misión encomendada costase lo que costase...Hasta su vida si era necesaria...

Encendió un cigarrillo y mientras se lo fumaba con nerviosas caladas, pensó en su mujer.

La pobre ya había pasado malos tiempos cuando le encarcelaron.
Tuvo que trabajar muy duro en la hacienda para salir adelante y evitar que los colaboracionistas se la arrebataran aprovechando que él no estaba y haciendo uso de las mas refinadas técnicas y tácticas tanto "legales" como ilegales.

Mas no lo consiguieron.

Su padre la había contado cuando ella, armada con la vieja escopeta de caza, salió a encañonar al mismísimo jefe local del movimiento, cuando intentaba junto con un señorito del pueblo de al lado, confiscarle sus vacas.

En aquella ocasión tuvo suerte...

Pepe, el cabo de la guardia civil, estaba cerca y al oír las voces  se llegó hasta allí acompañado por dos números y consiguieron persuadir a los intrusos de que era mejor que se fueran o él se encargaría de ellos personalmente y les acusaría de cuatreros. Y de como Pepe, se las vio y se las deseó para apaciguar a la brava Rosa, que aferrada a su escopetucho, aún les quería descerrajar dos tiros.

Una mujer brava; si que lo era su Rosa. Una brava mujer.

Su padre, Goyo, había soportado de todo desde que su mujer murió, y mas aún cuando en el pueblo se supo que su hijo estaba en la cárcel por temas políticos.

También soportó largos interrogatorios y palizas, pero siempre le soltaron gracias a la labor  de Pepe, que siempre intercedió por ellos.

-¡ Un día te meterás en un problema por defenderlos tanto, Pepe! - Le había dicho en reiteradas ocasiones su sargento, el sádico: Mas sabía que el padre de Pepe, era teniente coronel del ejército. Un hombre condecorado por acciones de guerra tanto en Marruecos como allí; lo que se llamaba un "héroe de guerra" con bastantes influencias, así que se cuidaba muy mucho de decir cosas fuera de lugar.

Gracias a ello, Pepe pudo sacar de  algunos apuros a Rosa y a Goyo.

Cuando él volvió al pueblo tras su puesta en libertad, Pepe le fue a recibir a la estación del ferrocarril, vestido de paisano.

Pepe le recibió muy serio y juntos se fueron a un bar donde nadie les conocía a tomarse un café. Por el camino, tras asegurarse de que nadie les seguía, la mueca seria de Pepe se tornó en una sonrisa y un fuerte abrazo a su amigo desde la niñez.

-Bienvenido a casa...Le dijo. Intentaré que  no os pase nada y que nadie se meta con vosotros.

Él, sólo acertó a decir...
-Gracias Pepe, amigo.

                                                        (JotaJota)

                          (CONTINUARÁ)


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